Educación y Libertad
por Elina Ibarra
por Elina Ibarra
I
El fundamento base del anarquismo es el respeto a la libertad de todos y cada uno de los hombres. La libertad así pensada se aleja de las formulaciones abstractas, meramente teóricas –y por qué no, retóricas– ni la libertad de los derechos jurídicos, ni mucho menos de los derechos naturales. Tampoco cae en el innatismo del liberalismo clásico, por estéril y meramente postulado. Los anarquistas buscan la libertad como resultado, como logro, como conquista, como práctica, como realización. Por ello, si el fin es la libertad, la libertad ha de ser también el medio.
El cambio que en busca de una sociedad de libres recorrerá a la vez el camino de la libertad, en conocimiento y ejercicio de ella, será la educación. Esta debe ser entendida como el esfuerzo por lograr la autodeterminación por sí mismo. La posibilidad de cambio está en cada uno de los hombres que son los ejecutores de la libertad, en primera persona. Así el cambio tendrá un recorrido de lo más simple, hacia lo más complejo; desde la individualidad al colectivo; del reconocimiento interno, hacia el reconocimiento externo. Y este proceso carecería de coherencia si quedara o se dejase en manos de sacerdotes, diputados, delegados, visionarios, o meramente, educadores-funcionarios- funcionales al orden del entramado de relaciones de poder y sometimiento que impera.
La educación es una estrategia de intervención, sin valoraciones positivas en sí misma, sino que es portadora de un profundo carácter paradojal: puede ser revolucionaria o conservadora, emancipadora o autoritaria. La educación puede formar, informar, deformar, transformar, todo esto junto o por separado, ya que no son acciones excluyentes. La valoración o el lugar central que la educación tiene dentro de las diferentes corrientes políticas, incluso y especialmente en el ideario y las prácticas anarquistas, se debe a estas potencialidades. Su valor no depende exclusivamente de su sustancialidad –es decir, de sus contenidos– sino de las prácticas que utiliza, creando habitualidades y patrones de conducta, que son las consecuencias o resultados que de ella se busca obtener.
Conscientes de este doble carácter los pensadores anarquistas no sólo han reflexionado sobre ella, sino que también han diseñado estrategias educativas y en muchos casos los han llevado a cabo, con el objetivo de ponerla al servicio del proyecto anarquista de una sociedad de libres. Esto no sólo porque se revela como una herramienta de cambio poderosísima, sino por consistir en un medio de cambio, fundamentalmente, pacífico, gradual, interno y no meramente externo o en apariencia, respetuoso de la libertad, entendida como medio y fin del proceso educativo. Este hecho dota a la educación de un carácter eminentemente político, y por este motivo, ha sido objeto de reflexión de la gran mayoría de los pensadores anarquistas. Y también, desde diversas posturas anarquistas se han analizado y diseñado centros educativos, que responden a sus diferentes enfoques en torno a qué y cómo enseñar. La riqueza de posturas dentro del anarquismo es su marca de origen e identificación, porque es resultado de su proclamado y practicado anti-dogmatismo.
Ahora bien, hechas estas aclaraciones respecto de la manera en la que el anarquismo entiende la libertad, podría decirse que el título de este trabajo guarda en sí una tensión cercana a la contradicción. Y así sería si por educación entendiéramos adiestramiento o adoctrinamiento, o si por anarquía entendiéramos caos, desorden o desobediencia. Esta interpretación de los términos es errónea, y se funda en prejuicios equivocados, producto de una historia interesada en la estigmatización de este pensamiento político. Para despejar este malentendido es necesario establecer al menos inicialmente cuáles sentidos de esta expresión serán los que nos ocuparán y cuáles deberán ser descartados, dado que, también es cierto, puede ser considerada de muchas maneras, incluso respetando los términos más cercanos a su historia. Cuando digo “educación anarquista” puede ser entendida como:
1°. La educación del anarquismo: esta expresión hace referencia al contenido de la educación, en tanto que sólo se trataría de dar a conocer las ideas del pensamiento anarquista. Para tal fin no hace falta que ni el alumno ni el profesor sean anarquistas, y puede darse a través de muchas técnicas pedagógicas, desde las más libertarias, hasta incluso las más autoritarias. Podría entenderse también, lisa y llanamente como, “enseñanza del anarquismo”, que bien podría estar incluido como tema de una asignatura de cualquier institución educativa, de cualquier nivel de enseñanza. Este sentido que, implicaría que la sola transmisión o comunicación de contenidos del ideario anarquista, no es condición necesaria ni mucho menos suficiente para transformar la educación en una estrategia emancipadora o aniquiladora de las desigualdades. El enfoque pedagógico anarquista, en principio cuestionará la mera transmisión de contenidos porque de esa manera se estaría subestimando al estudiante, aniquilando su participación en el proceso de aprendizaje, tratándolo exclusivamente como un receptáculo de un saber que carece y le es dado por una fuente heterónoma y que por lo tanto se erige como autoridad. Este vicio de la educación tendría lugar para los anarquistas incluso si estos contenidos fueran parte de su ideario.
No es esta la educación que pretendemos revolucionaria, ya que este sentido de “educación anarquista”, sólo se refiere a la enseñanza-aprendizaje de las ideas anarquistas y de su historia en su sentido más banal. No se da aquí coincidencia con los fines anarquistas, ni con los medios.
2°. La educación en el anarquismo: hace referencia a la función que el anarquismo le asigna a la educación. Entendiendo la expresión “educación anarquista” de esta manera se está muy cerca del sentido que orienta esta investigación: analizar el rol que le fue asignado a la educación desde el pensamiento anarquista, que está muy lejos de ser un papel marginal. Consiste en un estudio dirigido al análisis de los fundamentos y de la historia del anarquismo en relación con su concepción de la educación. Es posible distinguir en este enfoque dos niveles de análisis que se corresponderá con dos momentos dentro del pensamiento anarquista en torno a la educación:
pars destruens: el anarquismo dirigió su análisis crítico hacia las instituciones consagradas por la Modernidad: el Estado, la propiedad privada, la Ley, la Iglesia, así como también la educación. Y esto fue así debido a que estas instituciones cristalizan desigualdades que se expresan en privilegios que son respaldados por una autoridad que se reserva el uso de la fuerza. Es una característica de las sociedades autoritarias –las mismas que el anarquismo tiene como objeto de su crítica– que la educación represente la forma más elemental y potente de intervención represiva sobre el hombre. Por ello someterán bajo la luz de la sospecha tanto a la práctica educativa, como a su institucionalización, por ser dependiente del Estado, de la Iglesia o de las clases propietarias. El anarquismo mostrará con su análisis crítico que la educación tomó la forma de una herramienta de aceptación del orden vigente, de normalización de las jerarquías y privilegios, de adiestramiento en las conductas de obediencia y sometimiento, y naturalización del sistema de explotación, generando así la legitimación y la reproducción de las desigualdades. En la figura del maestro, en la del profesor y en la del catedrático está, en germen, el policía, el sacerdote y el juez. Todos hablan a través de la boca del maestro y lo que dicen tiene la forma del imperativo. La lección fundamental es la de obedecer; el miedo, el castigo y la disciplina son el medio para inculcarlo. En conclusión, la “escolarización” resultante no sería sino la perpetuación de las estructuras de dominación.
pars construens: es el momento constructivo, de optimización del recurso educativo como instancia generadora de cambios. presentan un abanico de posibilidades que resulta de las diferentes formas en que el anarquismo presenta: tantas como anarquistas han existido y existen. Sin duda es esto un inconveniente a la hora de presentar la propuesta de la educación anarquista como un corpus que muestre coherencia y garantice la viabilidad de su aplicación. El anarquismo suele presentar con frecuencia tensiones entre sus presupuestos y, en este sentido, la educación anarquista no escapa a ello. De la crítica a la organización basada en dogmas surge la tensión con la postulada necesidad de organizarse para poder llevar adelante las propuestas educativas en-columnadas tras un ideario. La diversidad y riqueza de las diferentes propuestas se ve amenazada precisamente por esa diversidad que le escamotea la fuerza que suele proporcionar la unidad de criterios. Es posible, de todos modos, distinguir dos grandes líneas de proyectos educativos anarquistas: una no-directiva, basada en la libertad como valor máximo a respetar y por lo tanto, a la formación en el saber racional y científico que, será el contenido privilegiado; y otra directiva o de carácter socio-político, orientada a la formación en contenidos de carácter político y social, en el que se tiene como objetivo, contribuir a la madurez de los continuadores de la búsqueda de la sociedad de libres. Para ello debemos introducirnos en la antropología filosófica, decir, preguntarnos si es realmente posible educar, o si solamente podemos adoctrinar o entrenar. ¿Es acaso el hombre de naturaleza maleable?
3°. La educación anárquica: así expresado, implicaría interpretar a la “educación anarquista” en el marco de una práctica educativa que respete en las formas y en el fondo las relaciones consideradas fundamentales para el anarquismo, referidas al trato igualitario en el trabajo en las aulas, con la promoción de la creatividad, la autonomía en un contexto anti-autoritario y anti-dogmático. También incumbe al objetivo de este trabajo un análisis del 3° sentido, ya que tiene por finalidad ver de qué manera es posible poner en práctica el ideario anarquista, a los fines de generar cambios sociales. Pensar la educación como un instrumento de cambio social, implica tener una concepción antropológica tal que supone que es posible generar, motivar, enseñar la vida en libertad. Esto no implica necesariamente una posición optimista ingenua del hombre, esto es, la creencia en que una bondad innata es natural en el hombre, y que su maldad o egoísmo resulta de su vida en sociedad; en este caso, lo que hay en el pensamiento anarquista es la convicción de la absoluta ausencia de naturaleza. Es decir, que el hombre carece de condicionamientos morales innatos. No nace ni bueno, ni malo. Simplemente nace, como cualquier otro animal de la naturaleza y su capacidad de adaptación hace que desarrolle hábitos de supervivencia. Si cambiamos el contexto, si el contexto deja de ser de explotación del hombre por el hombre, si se le informa de estrategias de producción colectivas, es muy probable que los hombres desarrollen conductas tendientes a la colaboración. Pero para ello la educación debe estar orientada a la solidaridad y no a la competencia.
El único cambio legítimo es aquél que tiene como arma a la razón, el raciocinio, que libera a los hombres, porque los destutela de mandatos y autoridades. Los caminos a través de los cuales la liberación puede darse, será el de la eliminación de todos los mitos sobre los que se fundan las jerarquías, la desacreditación de las fantasmagorías de los imaginarios construidos para legitimar desigualdades y privilegios. Y esto sólo es posible a través de la ciencia, del saber, de la investigación libre y crítica, capaz de ser dirigida contra los cimientos de lo existente y de lo establecido como inmutable, para mostrar su contingencia, para delatar su historicidad. No es un arma impotente, no se debe subestimar su poder. Es el camino que al andar nos hará libres. Esa es la función de la educación que será revolucionaria.
La educación ha de ser fundamentalmente científica, basada en la observación de la naturaleza, con experiencias topográficas, de geología, no exclusivamente con fines de conocimiento para un fin utilitarista o explotador de los recursos, sino fundamentalmente para un conocimiento que revea la consideración y la relación que el hombre ha de entablar con ella y con los otros hombres. Tengamos en cuenta que del abandono del dogmatismo del Capitalismo que, muestra a la naturaleza como mero recurso, surgen dentro del seno del anarquismo los primeros movimientos ambientalistas-ecologistas.
La pregunta respecto de qué es primero: el cambio de la sociedad y luego el del individuo o primero cambia el individuo y luego la sociedad. Esta es una pregunta falaz, porque supone que la idea de un individuo disociado de su entorno. De todos modos, en torno a la educación es posible identificar las ideas compartidas por los anarquistas, y de entre ellos los más representativos.
Y para encontrar factores comunes entre todas las corrientes educativas anarquistas, no es necesario ir mucho más allá del slogan “Ni dios, ni patrón, ni estado” ya que la educación anarquista pretende poner en práctica: el anti-autoritarismo, como antagónico a la sumisión y obediencia de la educación tradicional; la cooperación, en lugar de estimular la competencia entre estudiantes, propicia el trabajo grupal y elimina las calificaciones; la solidaridad, ya que promueve la participación en tareas comunitarias internas y externas a la escuela; la crítica, como práctica permanente para desmitificar los dogmas de la metafísica y mostrar la contingencia de las instituciones; el pensamiento autónomo, creando el ámbito adecuado para que de él resulten librepensadores; el auto-didactismo, ya que de esa manera cumplirá su función emancipadora, incluso de aquellos que tienen a cargo su educación; la educación integral, pensada para un ser complejo, guardando la armonía entre el desarrollo intelectual y el material; el laicismo, para desterrar las mentiras y ficciones del esoterismo religioso y fantasmal de las iglesias; el cientificismo, ya que se cultiva el pensamiento racional, libre de compromisos metafísicos o esotéricos propios del oscurantismo religioso; el paidocentrismo, ya que la práctica docente debe ser pensada desde los intereses y la libertad del estudiante y no del docente –de clara influencia rousseauniana–; y el anti-dogmatismo, en cualquiera de sus formas, ya sea religiosa, política o económica.
Así, encontramos acuerdo en la manera de responder a la pregunta que formula Osvaldo Bayer: ¿qué debemos hacer los anarquistas? La educación no se limita a las aulas y bibliotecas, sino que hemos de ser todos y cada uno.
[…] los educadores de aquellos que no saben que el hombre para ser digno debe ser libre y no un mero objeto de uniformes y de leyes tramposas. La acción de los anarquistas está en la educación.
Y esta es una tarea de todos los días. En la conducta cotidiana enseñamos con el ejemplo. En la no reproducción de las relaciones de dominación operamos como fuerzas centrífugas que proyectas nuestros actos, los que se vuelven reproducibles. En nuestros hábitos somos mostradores de otros modos de relación entre los hombres y con la naturaleza. La libertad y la igualdad son expansivas, son refractarias, son germinales, son inicio de cadenas interminables de reacciones. Ese es el poder de la educación. El hombre ha sobrevivido en la faz de la tierra, gracias a su capacidad de aprendizaje, y por ella o con ella como medio, ha de recuperar su libertad perdida.
II
El anarquismo suele presentar con frecuencia tensiones entre sus presupuestos y, en este sentido, la educación anarquista no escapa a ello. De la crítica a la organización basada en dogmas surge la tensión con la postulada necesidad de organizarse para poder llevar adelante las propuestas educativas encolumnadas tras un ideario. La diversidad y riqueza de las diferentes propuestas se ve amenazada precisamente por esa diversidad que le escamotea la fuerza que suele proporcionar la unidad de criterios. Es posible, de todos modos, distinguir dos grandes líneas de proyectos educativos anarquistas: una no-directiva y otra directiva o de carácter socio-político.
A. Teorías no-directivas
El enfoque no-directivo tiene como norte la pedagogía expuesta por Rousseau en Emilio, en ella la libertad del sujeto de aprendizaje debe ser absoluta, y la función del docente debe ser la de evitar, en la medida de lo posible, toda influencia que coarte el libre despliegue de las capacidades naturales o habilidades por él mismo descubiertas. El antiautoritarismo se torna un punto de partida indiscutible que representa el respeto a la autonomía y a la libertad del individuo, y que tiene como objetivo negar todo tipo de moldeamiento o direccionamiento intencionado por parte de quienes enseñan. Aunque esta asepsia de intencionalidad es en los hechos un imposible, al menos hay pretensión de objetividad y de imparcialidad como un horizonte–un horizonte inalcanzable pero que se mantiene dentro de la crítica–.
La educación no-directiva parte del individuo como eje de la práctica educativa, y que en gran medida consiste en evitar que los males generados por la sociedad jerarquizada y estratificada en estamentos cristalizados por la desigualdad corrompan a quienes crecen y viven en ella. El supuesto que está a la base de esta corriente es la condición de libre –en tanto desconocedor de la ley, los prejuicios, aún no disciplinado por las instituciones–; insisto en que no debe pensarse en la libertad como un carácter innato del hombre o como parte de una esencia. Si la educación anarquista se imparte desde la infancia, se debe cuidar de no dogmatizar los contenidos del aprendizaje, y si se da en la edad adulta se debe ejercer la crítica desacralizadora, historizante, desmitificadora, auténticamente cuestionadora, que muestre las paradojas, las tensiones y las ficciones que subyacen tras los órdenes establecidos. El objetivo central –como su nombre lo indica– es no-directivo: advertir sobre las ficciones de la ortodoxia para que estas no dirijan, ni implícita ni explícitamente, la vida de los hombres, pero tampoco debe ocupar su lugar ejerciendo influencia para direccionar a las personas hacia los intereses del ideario anarquista, al menos no en la medida de lo posible. La tensión es inevitable.
Max Stirner representa la postura más extrema dentro del espectro de las teorías no directivas, ya que su enfoque pedagógico encarna un feroz individualismo, considerando ilegítima cualquier influencia de la sociedad o de otros individuos. Cercano al existencialismo de Feuerbach, también afirma que no hay dios sin hombre y que este es originalmente libre, materialista y realista, es decir, antimetafísico: “Yo mismo soy mi propia causa y no soy ni bueno ni malo, ninguna de las dos cosas tiene sentido (…). No me interesa nada que esté por encima de mí.” Y la educación tradicional va precisamente en el sentido contrario, adiestrando en el olvido de sí mismo en pos de las instituciones. Piensa al individuo como un ser que debe anteponer siempre sus necesidades personales a las del conjunto. Su individualidad tiene la forma de la más radical libertad, tanto que incluso el hombre debe cuidar que sus propios pensamientos no lo esclavicen: tener una idea fija, una creencia, una convicción implicaría someterse a ella, convertirse en su esclavo y dedicar la vida a su servicio o a su realización. Por lo antes dicho, el fin de la educación no debe implicar dirigir la vida de los hombres a otro fin que la satisfacción de las necesidades concretas, concluyendo casi en un hedonismo egoísta. La noción de libertad que esta postura supone es la de ausencia de determinaciones y de condicionamientos, estos últimos no pueden ser eliminados por completo, pero deben ser minimizados, como por ejemplo el hambre, para que no nos condicione –es decir: para que no nos esclavize y direccione nuestras acciones– debe ser satisfecho. La Educación no-directiva Individualista procura instruir, favoreciendo la creatividad, para dar lugar al surgimiento de los espíritus libres.
Otra corriente dentro de las pedagogías no-directivas es el llamado Neutralismo, que propone una educación tendiente a la mayor neutralidad posible en cuanto a valores y a contenidos, intentando dejar de lado cualquier transmisión de ideario, incluso aunque este fuera anarquista. Ricardo Mella es el difusor de esta corriente que también consiste en una defensa del individuo, pero no en sentido egoísta como sí se da en Stirner. Fundada en un atenuado optimismo antropológico, Mella considera que si los hombres son educados en la libertad, siempre generarán espacios y relaciones que la respeten. La vida en sociedades gobernada por los Estados impide a los hombres tomar conciencia de su libertad y, en consecuencia, que hagan uso de ese poder. La educación les hace creer que necesitan del Estado para vivir y que bien vale la pena renunciar a su libertad por ello; se crea la ficción de que no necesitan ser libres. Educar en libertad es el objetivo. Como consecuencia es necesario proponer un método pedagógico que sea coherente con ese fin. En su propuesta de enseñanza se habla de una escuela que sólo enseñe las verdades indiscutibles, probadas por la ciencia experimental, y que exponga las distintas teorías explicativas, pero tratando de no mostrarse a favor de ninguna para evitar el dogmatismo, limitándose a mostrar las diferentes opciones. Por eso mismo tampoco la educación debe tener ningún calificativo, como republicana, masónica, socialista, cristiana y ni siquiera, anarquista. Hubo un intento de poner en práctica esta propuesta en un centro llamado la Escuela Neutra, que tuvo lugar en Asturias.
Como anarquistas, precisamente como anarquistas, queremos la enseñanza libre de toda clase de ismos, para que los hombres del porvenir puedan hacerse libres y dichosos por sí y no a medio de pretendidos modeladores, que es como quien dice redentores.
El pensamiento educativo de León Tolstoi, en cambio, al estar comprometido con un cristianismo profundo, se aleja de las propuestas anteriores, aunque su religiosidad estaba en las antípodas de la iglesia institucionalizada. En el plano pedagógico se encuentra cercano a Rousseau: el hombre es feliz si está cerca de la naturaleza y lejos de la civilización que no es más que un obstáculo y que es perjudicial para el desarrollo pleno de la personalidad. La educación debe consistir en el alejamiento de todo aquello que quiera controlar o pueda anular el libre despliegue de sus potencialidades. Las reglas de conducta sólo reprimen, nada enseñan, y en todo caso, enseñan a obedecer haciendo perder la espontaneidad y apagando la capacidad creativa. La función de la educación es la de instruir, es decir, la de suministrar conocimientos útiles y, a la vez, sustraerse de afectar el plano moral, las creencias y convicciones ya que la formación del carácter le corresponde a la familia y a la comunidad. El ideal educativo para Tolstoi es la educación popular y abierta, no coercitiva, pacifista y respetuosa de la naturaleza, de la espontaneidad y creatividad humanas. El experimento educativos tolstoiano es conocido como la Escuela de YásnaiaPoliana.
B. Teorías directivas o de carácter socio-político
Las teorías directivas o de carácter sociopolítico son el polo opuesto a las corrientes no-directivas, y son las que sostienen que la educación debe tener una marcada y consciente orientación socio-política. El fundamento es que la libertad individual no está al margen de la libertad colectiva, no es la libertad una característica que el hombre posea por estar en el mundo, sino porque es social. Esto supone a la libertad como fin, y la sacrifica como medio, o al menos la relativiza, dejando de ser un punto de partida. El carácter político de la educación se pone de manifiesto cuando se reconoce la imposibilidad de la neutralidad absoluta, ya que toda pedagogía tiene una concepción del hombre y de la sociedad. Y, por tanto, si ha de ser una educación direccionada, resulta preferible direccionarla hacia el ideario anarquista, comprometiéndose con la transformación de la sociedad.
La teoría de la educación de Bakunin tiene como punto de partida el materialismo, expresado en una anti-metafísica destinada a de-construir críticamente los conceptos teológicos responsables de la alienación de la libertad. El hombre no es libre naturalmente sino que llega a serlo superando los instintos, emancipándose de los condicionamientos y obstáculos que la naturaleza y otros hombres le imponen. La educación debe, por sobre todas las cosas, no solo ser laica sino combativa de todo teologismo porque la idea de dios encarna la autoridad, fundamenta la jerarquía, promueve la obediencia irreflexiva y justifica la desigualdad. El papel de la educación es central para llevar a cabo las grandes transformaciones ya que los cambios socio-políticos sólo se logran y se mantienen si están precedidos y sostenidos por un conjunto de ideas compartidas voluntariamente. La instrucción es una de las claves para la emancipación, pero no debe confundirse con el amaestramiento; debe consistir en una ayuda, en un acompañamiento en el despertar de la rebeldía. Por eso el continuum está dado por un pasaje que va desde una educación directiva que hace uso de la autoridad –fundada en el saber– hacia una completa libertad. La autoridad del saber es racionalista y no se apoya en ficciones sino en un absoluto materialismo. Pero esta autoridad irá disminuyendo gradualmente ya que su única función es preparar para la libertad. En relación con la educación de los adultos, Bakunin desaconseja, desde todo punto de vista, el uso de cualquier autoridad; incluso la autoridad del saber debe estar atenuada, teniendo en cuenta los intereses y los saberes previos que portan los estudiantes, confundidos en una suerte de fraternidad intelectual y de aprendizaje mutuo.
La experiencia de la Escuela Moderna llevada adelante por Francisco Ferrer y Guardia es sin duda la más acabada muestra del papel de la educación para el proyecto anarquista. Las ideas pedagógicas allí instrumentadas crearon la corriente llamada Enseñanza Racionalista que se expandió incluso más allá del anarquismo. Concibió que la acción revolucionaria necesitaba basarse en un trabajo educativo previo que hiciera posible la existencia de nuevas mentalidades dispuestas a protagonizar el cambio social. En el seno del movimiento anarquista y en la vida de Ferrer y Guardia esto podría describirse como el pasaje de una visión “insurreccional” a una visión “pedagogista”. En este pasaje se conjugan el anarquismo, el positivismo, el racionalismo, el laicisismo e incluso, la masonería, Rousseau y Tolstoi. Para evitar la manipulación política estatal o religiosa el anarquismo debe asumir el rol de proyecto educativo basado en la ciencia positiva, que debe estar al servicio de las necesidades humanas. Los estudiantes deben aprender fundamentalmente el origen de la desigualdad económica, la falsedad de las religiones, el error del patriotismo y del militarismo, y la domesticación de la autoridad, todo ello, para volver deseable un cambio profundo en la organización de la sociedad. Y a pesar de este fuerte direccionamiento de la educación, la tensión estaba dada por el deber de respetar la inteligencia y la libertad del niño. Por esta razón se promovía la libre expresión sin represiones de conductas, “ni premios ni castigos”, era el lema de la Escuela Moderna, dado que tampoco tenía instancias evaluativas excluyentes ni de acreditación. Más allá de todos los cuestionamientos a esta propuesta educativa por su peligrosa proximidad al adoctrinamiento, la pedagogía del siglo XX ha tomado muchos de sus preceptos –y muchas veces sin revelar su filiación anarquista– como por ejemplo: la eliminación de los castigos corporales, las escuelas mixtas y la igualdad de la mujer, el ejercicio físico, el aprendizaje de oficios, el trabajo manual de artesanado y creatividad, la autoevaluación, las excursiones didácticas, creación y edición de materiales didácticos en los que participaban también los estudiantes, el ecologismo y educación en economías de subsistencia, la centralidad de la biblioteca y la experimentación, entre muchos otros.
IV
Las primeras líneas de este escrito hablaban de un anarquismo maduro, prudente y reflexivo que (quizá) haya aprendido de sus errores como parte de la continua crítica de sí mismo. Quizá haya mutado su enfervorizamiento hacia una actitud existencial, hacia una visión del mundo que pretende proyectarse de manera refractaria y centrífuga, cotidianamente, en las relaciones humanas. La ausencia de partido y el rechazo tajante a visionarios y dirigentes así lo hacen posible. Vaya como dato de lo antes dicho la personalidad de Pietro Gori, abogado anarquista y abogado de anarquistas. Toma al Derecho como una herramienta, tal y como lo hacen los grupos de mayor influencia, y se sirve de él para conjurar los efectos negativos del orden autoritario. Pero lo hace cautamente, desconfiadamente, ya que el mismo instrumento puede invertir la influencia y ponerlo a su servicio. Pacifista, positivista, conocedor y crítico de las reglas de juego, toma los alegatos como medios de denuncia y de difusión de las ideas:
¿Por qué la mayoría de los hombres, aunque trabaje y produzca, se ve constreñida a ser pobre y a mantener con sus sudores a una ociosa minoría, cuya única ocupación consiste en consumir los productos del ajeno trabajo?
El sólo hecho de que esta teoría tenga el convencimiento de los efectos nefastos de las estructuras del Estado y de sus leyes no es razón suficiente para ubicarla entre las Teorías Críticas. Pero sí, en cambio, da razones para que así sea el hecho del ejercicio permanente de la más radical de todas las críticas, que es la que muestra la historicidad de los conceptos que sustentan esos órdenes políticos y señala el origen espurio de las jerarquías que encarnan dado que se apoyan en el monopolio de la fuerza.
Concluimos, entonces en que el objetivo central de la educación en el marco del pensamiento anarquista consiste en la crítica más profunda, no sólo al Estado y al orden jurídico que lo sustenta, sino también a todas las instituciones que cristalizan jerarquías y desigualdad, como la Iglesia y las que reproducen el orden autoritario, como las instituciones educativas. Pero la educación encarna un problema diferente porque los anarquistas no proyectaron tomar el poder o las instituciones para ponerlas al servicio del cambio –pretensión que está presente en numerosos proyectos socialistas y comunistas– no aspiran ni al Estado, ni a la Iglesia, ni a ser capitalistas acumuladores de la renta del trabajo esclavo. En cambio, aspiraron a ser protagonistas de procesos educativos, tomando a la educación como instrumento de cambio no-violento, como medio para transformar la sociedad.
El anarquismo proclama en sus proyecciones políticas y económicas, tanto como en sus propuestas educativas: “Ni víctimas, ni verdugos”. Y este lenguaje obedece al convencimiento de que la vida moral de los hombres no está separada del ejercicio de su libertad, y es por ello que una educación basada en su práctica y ejercicio cotidiano, no puede sino tener implicancias éticas en el plano individual, pero que serán implicancias políticas en el plano social.
Proclaman una educación que esté estrechamente relacionada con la exigencia de libertad, una rebelión auténtica contra todo tipo de opresión y de adoctrinamiento, por considerarlos injustos y degradantes. Y fundamentalmente, para generar una dirección del aprendizaje que oriente hacia una mejora en las condiciones de vida, para favorecer un desarrollo completo de la personalidad y en consecuencia, de la sociedad. En términos de Arendt, la educación permitiría conjurar en parte la incertidumbre que gobierna el tiempo por venir. Mediante la educación no se realiza “la utopía anarquista” –porque, insistimos, no hay “utopía”– sino que se consigue proyectar un haz de luz hacia la opacidad del futuro, para crear siquiera una posibilidad de cambio, aunque esta sea remota. Para el anarquismo, si la libertad es “la meta” debe ser necesariamente el camino. Es decir que si queremos llegar a una sociedad de hombres libres e iguales en el futuro, la educación debe comenzar a tratarlos como tales hoy.